No escribimos porque sea «cool»

Más allá de considerarnos escritorxs o artistxs, escribimos como un acto de rebeldía. Claro, tenemos la suerte de haber aprendido a leer y a escribir, y algunas/algunes la suerte de haber tenido contacto a temprana edad con libros y/o literaturas, pero desde peques quieren invalidar nuestras palabras y pensamientos. Nos dicen que para escribir se necesitan muchos conocimientos técnicos-académicos y que no podemos escribir como hablamos porque es vulgar o poco reflexivo (como si vulgar fuera algo des-calificativo). Nos dicen que escribir es para unos pocos, que escribir es imitar o que escribir necesita años de entrenamiento para que sea aceptable. ¿Aceptable para quiénes? Para los que no creen que todas las personas tienen algo que decir.

Escribimos por la necesidad del ahora. Escribimos porque así nos entendemos y reinterpretamos; porque así nos comunicamos sin que se nos quiebre la voz mientras hablamos, aunque a veces lloramos entre el lápiz y el papel mientras desdoblamos nuestros sentires. 

Escribimos y compartimos nuestros escritos no porque queremos fans o porque tenemos los egos inflados, sino porque en nuestros escritos nos nombramos; nombramos nuestras realidades, nuestros sentires, nuestros choques con lo normado y nuestras formas de sobrellevar la vida. Y tenemos la necesidad de nombrarnos porque hay una cognición social que invisibiliza o manipula las vivencias fuera de lo hegemónico.

Escribir es por lejos un acto individual y egoísta, al escribir estamos usando una lengua que responde a nuestro contexto y por lo tanto los que están alrededor lo entenderán. Sí, entenderán las palabras porque para que entiendan lo que queremos decir se necesita receptividad y ganas de valorar el pensamiento de quien comparte su escrito. 

No escribimos porque sea “cool”, en realidad nos encontramos con tantos obstáculos al hacerlo aún cuando consideramos la escritura una actividad diaria. Primero porque a veces nuestros sentires y pensares se presentan como una nube en nuestras mentes-cuerpos, es decir, no suelen tener un principio o un final antes del papel; no todo se experimenta desde una narrativa. Otras veces la verborrea nos invade y nuestra mano(o teclas) no alcanza la velocidad de nuestras palabras. A veces nos es difícil identificar cuál es la idea principal de nuestro escrito. Es más, a veces comenzamos a escribir sin saber cuál es la idea principal y confiamos en que el propio texto nos lo irá diciendo y hasta cuando terminamos de escribir podemos reordenar el escrito para que sea comunicativo, a veces no sucede pero por lo menos sirve de catarsis o da paso a un nuevo escrito. 

Cuando escribimos entramos en conflicto con nuestros prejuicios y con esas vocecitas que nos dicen que no podemos escribir o que no sirve para nada. También entramos en conflicto con nuestro ser: ¿Qué estoy poniendo en este texto? ¿Estoy dejando ir un trauma o una actitud destructiva? ¿Estoy haciendo memoria? ¿Estoy reafirmando mis posiciones, estoy reposicionándome? ¿Estoy nombrando?. Y lo que viene después de escribir ¿Ahora quién soy? ¿Qué aprendí al escribir esto?. 

Escribimos desde el cuerpo porque tenemos presente nuestras sensaciones, porque el contexto se mezcla en nuestra existencia, porque decolonizamos la idea de que cuerpo y mente están separadas y sabemos que si sentimos estamos pensando; que si intuimos, estamos pensando; que si experimentamos, estamos pensando; y si pensamos podemos transformarlo en palabras si lo creemos necesario. Escribimos desde el cuerpo porque reivindicamos y renombramos nuestras realidades, porque tenemos nuestros propios símbolos para explorar nuestras vivencias. La piel erizada no es sólo una reacción fisiológica, el dolor no es sólo una consecuencia; son una historia, una experiencia, una memoria. 

Cuando compartimos nuestros textos esperamos más que un “qué bonito” (sí, porque a veces se siente bien que te digan eso, y porque entendemos que a veces no hay análisis inmediatos de nuestros textos), esperamos que esos textos sean comunicaciones válidas de nuestros planteamientos, que a partir de esos escritos sepan quiénes somos, quiénes hemos sido, qué dejamos de ser, qué nos ha formado y qué nos ha destruido; y este yo no es un yo individualista, es un yo que se comprende como parte del contexto, del pasado y de nuestras ancestrxs, y que apunta a compartir un imaginario. Esperamos que alguien más pueda servirse de ellos para reordenar lo que no comprende o poder nombrar esas cosas que se le han limitado, esperamos que quien nos lea sepa que existen otras formas de escribir, que también luchamos contra los prejuicios pero resistimos y nos valemos de la escritura para existir y transmitir. 

También escribimos para dejar un registro de nuestros procesos, para reencontrarnos con nosotras/es mismas/es, para contarle cosas a nuestras yo del futuro. Escribir es viajar en el tiempo para quien escribe y para quien lee. Escribir es existir cíclicamente y en espiral porque después de escribir no somos la misma persona que comenzó a hacerlo, rara vez volvemos al mismo lugar. Después de escribir somos más libres desde adentro. 

Así que escribir va más allá de que tengamos un pasatiempo o que nos creamos artistxs. Escribir es rebeldía para las identidades invisibilizadas y minimizadas, es reivindicar la historia desde nuestras perspectivas, es asumir que el lenguaje también es nuestro. 

lu cía, octubre 2020

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